Líder en Construcción

A algunos líderes de iglesia contemporáneos les gusta que se piense de ellos como hombres de empresa, estrellas de los medios de comunicación, sicólogos, filósofos o abogados. No obstante, esas ideas están en clara oposición con los símbolos que las Escrituras emplean para representar a los líderes espirituales.

Por ejemplo, en 2 Timoteo 2 Pablo usa siete metáforas diferentes para describir los rigores del liderazgo. Representa al ministro como un maestro (v.2), un soldado (v.3), un atleta (v.5), un labrador (v.6), un obrero (v. 15), un vaso (vv.20-21), y un esclavo (v. 24). Cada una de esas imágenes evoca ideas de sacrificio, trabajo, servicio y privaciones. Hablan elocuentemente de las responsabilidades variadas y complejas del liderazgo espiritual. Ninguna de ellas nos lleva a pensar que el liderazgo sea algo fácil y encantador.

Es así porque no se supone que sea encantador. El liderazgo en la iglesia—y hablo de cada faceta del liderazgo espiritual, no solo del papel del pastor—no es un manto de posición elevada que se difiere a la aristocracia de la iglesia. Tampoco se obtiene por antigüedad, se compra con dinero o se hereda por medio de lazos familiares. No cae necesariamente en las manos de los que son exitosos en los negocios o las finanzas. Tampoco se otorga sobre la base de inteligencia o talento. Sus requisitos son un carácter irreprensible, madurez espiritual y disposición de servir humildemente.

La metáfora favorita de nuestro Señor para el liderazgo, que Él la usó a menudo para describirse a si mismo, era la de pastor: uno que cuida del rebaño de Dios. Todo líder de iglesia es un pastor. Esa palabra nos aporta una imagen apropiada. Un pastor dirige, alimenta, cuida, consuela, corrige y protege. Esas son las responsabilidades de todo ministro.

Los pastores carecen de posición social. Esto es apropiado, porque nuestro Señor dijo: “Sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve” (Lc. 22:26).

Bajo el plan que Dios ha establecido para la iglesia, el liderazgo en una posición de servicio amoroso y humilde. El liderazgo de la iglesia es ministerio, no administración. A los que Dios ha designado como líderes no los llama a ser monarcas reinantes, sino siervos humildes, no individuos famosos e ingeniosos, sino siervos diligentes. El hombre que dirige al pueblo de Dios debe ser por encima de todo un ejemplo de sacrificio, devoción sometimiento y humildad.

Jesús mismo nos mostró el modelo a seguir cuando se arrodilló para lavar los pies de sus discípulos, una tarea que la solía hacer el más humilde de los esclavos (Jn. 13). Si el Señor del universo estuvo dispuesto a hacer eso, ningún líder de iglesia tiene el derecho a pensar que él es un gran personaje.

Es por esto que pastorear un rebaño espiritual no es sencillo. Las demandas son muchas y los requisitos son difíciles de satisfacer. No todos poseen las calificaciones requeridas, y entre los que las cumplen, pocos parecen brillar en la tarea. El pastorado espiritual exige que sea un hombre piadoso, talentoso, de múltiples habilidades y de gran integridad. Recordemos que también se le describe como maestro, soldado, atleta, labrador y esclavo.  Con todo, debe mantener la perspectiva y conducta de un joven pastor.

Eso no es todo. Los líderes de iglesia son obreros de construcción espiritual. En 1 Corintios 3 Pablo compara a los ministros a un maestro constructor que sigue cuidadosamente una serie de planos bíblicos, trabajando en armonía con Dios para construir un edificio, la iglesia:

“Porque nosotros somos colabores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica” (vv.9-10).

Los constructores sabios siguen los planos con precisión; el más ligero desvío de los planos del arquitecto en las etapas iniciales puede resultar en una vacilante monstruosidad para cuando se ha completado el trabajo. La Palabra de Dios es el plan maestro para la construcción espiritual, y solo los que lo siguen exactamente consiguen edificar algo que permanecerá firme. 

Como constructores debemos dirigir por los caminos correctos. En cualquier caso, nosotros determinamos la dirección de nuestro pueblo. Oseas 4:9 dice: “Y será el pueblo como el sacerdote”. En otras palabras, el pueblo imita el ejemplo de los líderes espirituales.

Quizá eso explica el triste estado de la iglesia contemporánea. Muchos de los líderes religiosos más conocidos y visibles fallan por completo en dar la talla bíblica que corresponde a los pastores. Todo líder que sigue su propio modelo está destinado a fracasar. Están construyendo con un juego de planos erróneo, y están confundiendo a las ovejas.

Las iglesias pueden superar casi cada clase de problema excepto el fracaso en el liderazgo. Necesitamos lideres empapados de la Palabra de Dios, de manera que se examine con atención el plan maestro de Arquitecto.

Muchos líderez me consultan por el crecimiento tan grande de nuestra iglesia y siempre les digo que, por encima de todo, es Dios quien determina los que son miembros de una iglesia y que los números por sí mismos no son garantía de éxito espiritual. Sin embargo, en medio de un tremendo crecimiento numérico, la vitalidad espiritual de nuestra iglesia ha sido notable. Estoy convencido de que Dios nos bendice sobre todo a causa de que los miembros están comprometidos a promover un liderazgo bíblico. Al afirmar y emular el ejemplo piadoso de nuestros ancianos, la iglesia ha abierto la puerta para recibir bendiciones extraordinarias de la mano de Dios.

Desde hace varios años venimos celebrando regularmente Conferencias Pastorales en la iglesia. Ancianos y ministro de otras iglesias pasan una semana con nosotros estudiando los principios bíblicos del pastorado espiritual y observando cómo se aplican esos principios en el contexto de un modelo de iglesia funcionando.

Nada es más necesario hoy que la vuelta a los principios bíblicos del liderazgo. Los líderes sólidos son extremadamente raros en la iglesia contemporánea, en los campos de misión y en muchas escuelas y seminarios cristianos y organizaciones. Una iglesia no puede tener mayor éxito que el de sus líderes. Si el pastor y otros líderes fallan en satisfacer las expectativas elevadas de Dios en cuanto a la piedad, la autenticidad y la madurez espiritual, la iglesia también fallará.

 

Extraído del libro, “El plan del Señor para la iglesia”,

escrito por el Pastor John MacArthur.

 

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